Desde el primer minuto al que llegaron a la sede de Alcalá de Henares, nuestros voluntarios fueron recibidos con la mayor de las sonrisas por parte de los usuarios de la Fundación. Allí les tenían preparadas distintas actividades: plantar semillas y recoger frutos del campo, dar de comer a las gallinas y a los animales de la granja, participar en un taller de personalización de velas para los voluntarios más pequeños e incluso ¡montar a caballo! Cada una de las actividades estaba supervisada por los usuarios habituales de la Fundación, personas con discapacidad intelectual que asisten a este centro ocupacional cada día y que dieron lo mejor de ellos en cada una de las actividades. Al final de la visita, voluntarios y usuarios pudieron compartir todos juntos una deliciosa barbacoa para cerrar la jornada de la mejor manera.

En palabras de María Sánchez, responsable de comunicación de la Fundación Aldaba, “Para nuestros usuarios los días en los que vienen voluntarios les supone pasar un día especial y diferente. Hablan y charlan con vosotros y con vuestras familias, sienten vuestro cariño y para ellos ese hecho hace que ya seáis sus amigos, deseando que volváis a vernos. Como nos dijo un día un voluntario: los abrazos que se dan en estos días son los que unen por dentro”.

María nos cuenta también que “El hecho de que vaya gente a conocer el trabajo que hacen todos los días y que sean ellos quienes dirijan los talleres, hace que los usuarios se sientan maestros y esto les hace que se sientan importantes, valorados y escuchados”

Y nosotros, además de con la felicidad de los usuarios, nos quedamos con la felicidad con la que se marcharon nuestros voluntarios tras pasar un día de convivencia y normalización de la discapacidad, realizando todos juntos, lo que a la Fundación Aldaba le gustar llamar, un voluntario emocional.

Nuestra querida voluntaria Remedios Jimenez, de Asesoría Jurídica, nos describe su experiencia de la siguiente manera:

“Mis hijas y yo pasamos un día para enmarcar. Somos muy conscientes de que hay otras realidades y pudimos comprobar in situ la labor de los profesionales que dedican su vida y su trabajo diario a hacer posible la integración social de personas con diferentes capacidades, dotándoles de las herramientas necesarias para su desarrollo tanto personal como laboral. Mi más sincera enhorabuena para todos ellos.

Nos recibieron con los brazos abiertos y con la mesa puesta. Nos mostraron el maravilloso micro mundo que están construyendo, sus talleres para hacer jabones y galletas, sus animales de granja, sus gatos, sus burritos, sus caballos…

Yo, por razones sentimentales, fui muy feliz el rato que pasamos en la huerta, cavando la tierra para plantar cebollinos. Es que, más que ayudarles, fue una mañana de hermandad, donde las que realmente aprendimos algo fuimos nosotras. Además, terminó con una gran barbacoa… no se puede pedir más.”